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Gregorio Calvente, consejero en el gabinete del Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación
La vida a viva voz y con mirada atenta
08/09/2017
Blanca Abella - Imágenes: Jorge Villa
Gregorio se esfuerza tanto en transitar por los caminos de la normalidad, en eliminar él solo las múltiples barreras con las que convive, que a veces se siente fatigado, aunque es un hombre fuerte y un trabajador incansable. Le apasiona el mundo político desde muy pequeño, ya entonces leía periódicos y seguía con gran interés los debates sobre el estado de la Nación, una costumbre que le ha conducido finalmente a un trabajo donde se siente bien y reconocen su valía. A lo largo de su vida, para superar las barreras a las que se enfrenta por su discapacidad auditiva, decidió multiplicar sus ventajas y aprovechar cada una de sus capacidades al máximo. Él solo ha logrado una plena inclusión que no resulta fácil para muchas personas, ha llegado lejos y se siente a gusto, le costó, pero ahora lo saborea, feliz.
Gregorio estudiaba en voz alta, leyendo sus libros y apuntes del colegio a viva voz para mejorar su dicción. Cuando entró en el cole, en parvulitos, una profesora le enseñó a leer los labios. Tiene discapacidad auditiva y utiliza audífonos y su primera profesora, Esperanza, a la que recuerda con cariño y todavía visita cuando regresa a San Roque, se preocupó de que estuviera en primera fila, “
siempre fue muy comprensiva y empática, ella tenía una ligera hipoacusia”, recuerda Gregorio.
“Mis padres eran muy jóvenes, pero fueron bastante maduros ante una situación difícil, entonces en Andalucía no tenían las mismas políticas sociales”. Su madre estaba siempre cerca, con gran fortaleza y, junto a su padre, decidieron que Gregorio fuera a un colegio ordinario y su hijo logró superar cada curso con brillantes resultados. Recuerda que fue feliz, pero también reconoce haber vivido momentos difíciles cuando algunos compañeros le discriminaban o se burlaban de sus audífonos. “Fue acoso, no como hoy, que se multiplica por efecto de las redes sociales, pero se sufre mucho”, reconoce.
Desde pequeño, Gregorio abre mucho los ojos y presta una mirada atenta, viva, deseosa de estar y de ser, con todos, de conocer y entender, de saber. Y reconoce que ese esfuerzo, la lectura de los labios y la atenta mirada acompañando a los audífonos, supone un desgaste importante. Pero asegura: “he intentado multiplicar mis ventajas para superar mi discapacidad y tengo un diálogo muy irónico con mi sordera, me lo tomo también con humor, al igual que Borges hacía con su ceguera”.
En varias ocasiones, se lamenta de no haber disfrutado de pequeño de los avances tecnológicos que hay ahora: “
Si hubiese tenido mejores audífonos como los actuales, quizás habría podido disfrutar más de la música, o de la televisión. Cuando era pequeño le preguntaba continuamente a mi madre qué decían en la tele, ella era mi intérprete… por eso la mayor parte del tiempo leía, era lo que mejor podía hacer, y leí muchísimo”. Hoy agradece profundamente la subtitulación de tanta programación en televisión y aspira a que esta costumbre llegue también al cine.
Granada, Lovaina y Madrid
Superada la etapa escolar, Gregorio se fue a vivir a Granada para estudiar Derecho. Allí la vida se hizo más complicada, algo lógico a esa edad y más unido al hecho de vivir separado de su familia, lejos del hogar, un hogar al que siempre regresa, porque Gregorio ha escapado a su tierra en varios momentos de dificultad, para reflexionar arropado por su familia y su entorno. Es lo más parecido a un retiro espiritual.
En los estudios continuaba su brillante trayectoria, incluso con la escasa colaboración de varios profesores: “Algunos se movían mucho y no podía oírles bien, yo les pedía que no lo hicieran para poder entender sus explicaciones y hubo un par de ellos que no me hicieron caso, uno me dijo que el problema de uno no era el problema de todos”.
A lo largo de todo su vida, incluso ahora,
Gregorio siempre ha intentado superar él solo todas las barreras, y son muchas, demasiadas, pero cuando veía que era necesario, solicitaba ayuda, apoyos o colaboración. En la universidad siempre pedía los apuntes a un par de compañeros, “
se lo pedía a dos para tener apuntes distintos, porque algunos eran muy sintéticos y otros copiaban hasta el estornudo del profesor”. A menudo se sentaba a su lado y copiaba directamente sus apuntes, intentaba que fueran chicas, “porque normalmente son más comprensivas”, asegura.
Pero Granada no fue suficiente, Gregorio quiso ampliar aún más su mundo y decidió probar con la beca Erasmus en quinto de carrera. La prestigiosa Universidad Católica de Lovaina era el destino y el primer sitio en el que desde el principio se pusieron a su disposición para facilitarle cualquier apoyo o ayuda necesaria en la adaptación de sus estudios. La excelente coordinación entre las universidades de Granada y Lovaina y el apoyo incondicional y cariñoso de Kristien Boets, coordinadora Erasmus de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Lovaina, supuso el comienzo de una nueva vida para Gregorio, que disfrutó, aprendió y se sintió mejor, quizás el hecho de no tener que luchar cada día con todas las barreras le sirvió de algo. Lo cierto es que se sintió tan cómodo que renunció a las ventajas que le ofrecían, por su discapacidad podría estudiar menos asignaturas y realizar los exámenes por escrito, cuando siempre eran orales, pero él se examinó igual que el resto.
Conserva muy buenos recuerdos de aquella experiencia y grandes amigos que nombra con cariño, incluso el contacto con algún que otro profesor, como el que tuvo en Derecho de la Competencia: “Es una eminencia en el derecho de la competencia en Bélgica y cuando vino a Madrid a una reunión con sus homólogos europeos, me llamó para tomar un café”, relata todavía sorprendido, y agradecido.
Madrid también ha sido un punto de encuentro para Gregorio, un nuevo encuentro con la vida, en esta ciudad ha aprendido a conocerse y tolerarse más a sí mismo, a superar esas luchas internas que le inquietaban y le mantenían aislado, encerrado en un interior que no reconocía. Salió de ese encierro y ahora se siente liberado y en 1999, mientras decidía su futuro y barajaba la posibilidad de opositar, participó en algunos cursos de verano de El Escorial, donde conoció a personajes públicos que llamaron su atención, como el Juez Baltasar Garzón. “Se acercó mientras disfrutaba de un descanso con mis amigos y me dijo que le había sorprendido con mis intervenciones y preguntas, y me propuso dar la conferencia de clausura con él”. Y así lo hizo. Y repitió al año siguiente, ya inmerso en el estudio de la oposición.
El mundo político
Pero como es una persona de dar muchas vueltas a las cosas decidió que no sería juez, “
porque soy muy dubitativo y no quiero irme con el peso de la conciencia a casa”, asegura. Finalmente, opositó al cuerpo superior de administradores civiles del Estado y aprobó a la primera. Su primer trabajó le llevó al ministerio del Interior, a la oficina de Víctimas del Terrorismo, “
me alegré de trabajar ahí, de conocer ese mundo, pero es duro”. Después al ministerio de la Presidencia, en la secretaría de Estado de relaciones con las Cortes, donde se encargó de las áreas Constitucional y Administraciones Públicas. “
Fue un momento interesante porque coincidió con la época de los estatutos de autonomía y estuve en los dos gobiernos, popular y socialista, y aprendí mucho durante los siete años que estuve allí”.
En enero de 2015, cambió de responsabilidad una vez más y pasó a ocupar el puesto que tiene actualmente en la asesoría parlamentaria del ministro de Asuntos Exteriores. “Estoy contento porque el otro trabajo era una labor más introspectiva, de informes, en este caso es más de relaciones con el Congreso y el Senado y toca todos los aspectos del derecho parlamentario en la materia de asuntos exteriores, desde preguntas escritas, mociones en el Senado, comparecencias del ministro… es un trabajo de vigorosa actualidad y tienes que estar al tanto de todo, es muy interesante”.
Se siente satisfecho y disfruta con el derecho parlamentario, “
por eso hice derecho, porque me gusta la política, la estructura jurídico-política que nos guía como ciudadanos”. Y como ciudadano, también él, se esfuerza siempre en aparentar normalidad, “
aparento tanta normalidad que incluso me provoca más dificultades en el desarrollo de mi trabajo y en otras situaciones cotidianas…”, porque todo el mundo entiende que siempre puede valerse por sí mismo, que no existen las barreras para él. “
Tengo la sensación de que la gente tiene una opinión preconcebida, y errónea, piensan que como tengo audífonos ya escucho todo perfectamente”.
Y así sigue día tras día, trabajando con auténtica pasión y una lucha constante por superar barreras. Gregorio se siente hoy feliz, ha logrado una estabilidad y una inclusión que le hace vivir con alegría, con confianza en sí mismo y grandes deseos de seguir transitando por el camino de la vida, un camino con muchos baches y obstáculos que sabe vencer, aunque cueste. Siempre le quedará su tierra, San Roque, para retirarse a reflexionar, y su gente, padres (Vicky y Pepe), hermanos (José Luis y Lucía), pareja (Iyad) y amigos, para amar y ser amado.